miércoles, 18 de marzo de 2015

DAYASI

Por Ayda Luisa Córdoba Mosquera


Dayasi, una hermosa mujer con la piel del color de la tierra virgen y un cabello tan ensortijado, tan suyo como como el sol y la estrella que la saluda cada noche, estaba sentada frente al río en la misma piedra ancha y grande que usaba desde sus primeros años.

Una lágrima brotó de sus ojos, se deslizó por su rostro y murió en la orilla. A esa lágrima, la siguieron muchas, muchas más y así continuaron naciendo, muriendo, viviendo durante un segundo que es una eternidad de tristeza de en su vida.

Ahogada su voz, llenos de lágrimas sus ojos, inmóviles sus manos, sólo su pensamiento estaba vivo y en él dada vueltas y vueltas la misma pregunta: ¿por qué a mí?

Sentada en la piedra contigua a su mano derecha, se fue dibujando sutil e imponente la figura de la diosa Yemayá. Lo propio hizo Oshún, impecablemente vestida, sentándose en otra piedra a su mano izquierda.

imagen: Cortesía


Dayasi estaba tan absorta en su dolor que no se percató de su exquisita presencia. Para llamar su atención, Yemayá formó un pequeño remolino frente a sus ojos de donde brotó una flor amarilla sembrada por Oshún. Rápidamente Dayasi recogió la flor con cortesía, cuyo fino aroma la despertó de su letargo y finalmente pudo ver la presencia divina que tenía a su lado.
 
 

-       ¿Desde cuándo están aquí? – preguntó Dayasi con un dejo de vergüenza.

-       Siempre estamos aquí, o allá. Siempre donde tú estás.

-       ¿Y por qué no lograba verlas?

-       El dolor ciega tus sentidos. Si llegaras a advertir nuestra presencia en tu piel, en lo apacible de tus noches, en el brillo de tus días, en la danza de tu sonrisa, no tendríamos que haber llegado al extremo que tus ojos al fin nos vieran- dijeron las diosas al unísono.

Sólo queríamos decirte que estamos aquí para ti. Que aunque el tiempo pase tan lento que cada tic tac es una tortura y no veas tu reflejo en el agua de este río, siempre, siempre habrá esperanza en tu vida y en esta, nuestra vida.

Cuando la imagen de las diosas se fue desvaneciendo, la tempestad que agitaba las aguas del corazón de Dayasi, fue desapareciendo y poco a poco el amor pudo volver a navegarlas.

Respirando aún el sobrehumano aroma de la paradisíaca flor amarilla, Dayasi se puso de pie, sacudió su holgado vestido verde y emprendió su camino hacia lo profundo del río. Mientras se hundía, danzaba con las olas y su sonrisa se hacía inmaculada, cada centímetro más brillante.

Cuando su último cabello fue arropado por el inmenso y diáfano río que la oyó nacer, su voz retumbó como un tambor en el panteón de los ancestros:
foto Cortesía


-       Oshún, Yemayá

Yemayá. Oshún

Espérenme quiero ir donde vayan ustedes.

Quiero ser  soplo de vida de almas solitarias, quiero cantar a su oído canciones de amor en las noches de desvelo.

Espérenme, mi amor es tan inmenso para darlo a un solo corazón.

El sepelio del cuerpo de Dayasi, a diferencia de todos, de todos los acontecidos en su pueblo, estuvo lleno de baile, de música, de amor y una inexplicable alegría.

Las ancianas cuentan que en los días soleados cuando se reúnen a hacer sus labores en el río escuchan la sonrisa de una mujer. Los ancianos cuentan que en las madrugadas cuando van a pescar escuchan una melodía, suave, tierna y delicada. Los niños llegan a sus casas contándoles a sus madres sobre la muchacha que baila sobre las olas del río.

 
 

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